La Visita al “Super” de Fin de Año
La visita forzada a los supermercados durante las fiestas de
fin de año, Navidad y Año Nuevo es uno de esos rituales agridulces que llevamos
a cabo una y otra vez a lo largo de nuestra vida. En principio nos gusta ir de compras, solo
con esa idea uno se saborea imaginándose el pavo, el jamón, dulce de
frutas, las galletas, el ron ponche, los
tamales, las frutas y demás viandas tradicionalmente definidas como las propias
del momento. Con esto en mente iniciamos el viaje al “super” con aquella
alegría insulsa que nos dan las cosas pequeñas de la vida.
Pero este sortilegio no dura mucho, ya que cuando se llega al
supermercado hay que enfrentarse con una multitud de extraños que en estado de
frenesí recorren el espacio cargando sus viandas a velocidad sin Dios ni ley. Inmediatamente llegamos entramos en una
competencia desalmada por las carretillas, ya que las pocas que quedan se
convierten en objeto de “tira y hala”, cruce de malas miradas y uno que otro
empujón. No deja de sorprender la hostilidad frenética de la gente, ya que
habitualmente el supermercado es un lugar de transitoriedad, donde uno se
encuentra con extraños sin interactuar con ellos.
Por lo general la gente manifiesta lo
que Simmel llama una “actitud
de hastío”, un comportamiento indiferente, impersonal de
auto-preservación, apatía, anonimato, desconfianza y distanciamiento con los
otros. El supermercado es un espacio
compartido con extraños, donde las relaciones sociales son espontáneas y
fragmentadas. Como diría Goffman un comportamiento
distante que él denomina “desatención civil” a través del cual
demostramos que si bien reconocemos la presencia del “otro” no queremos
entablar interacción alguna con ellos.
Pero parece que al congregarse allí una mayor cantidad de
personas con un fin definido, las compras de fin de año, el espacio circunstancial se personaliza por
la competencia por adquirir ciertos productos. Hay espacios muy específicos en
donde la hostilidad es más abierta: venta de pavos y jamones, tamales, roscas
de pan y frutas. Allí la gente se
arremolina y busca “pasarse” a toda costa empujando a los demás. El tránsito por los pasillos es especialmente
“violento” ya que nadie “hace alto” con la carretilla, sino más bien siguen
empujando a velocidad y “si te vi, no me acuerdo”. El “pedir permiso” deja de
ser una cortesía y se convierte en un grito de guerra, el simple preámbulo de
un gran empujón.
¡Qué decir del pasillo de los adornos y guirnaldas, para la
puerta, el arbolito, la mesa, el nacimiento….! Hay de todos los colores y
tamaños, la gente busca, rebusca y revuelve tratando de combinar una cosa con
la otra aun cuando tenga que arrebatárselo al otro cándido cliente. Se me
ocurre pensar que en momentos como este se diluye las diferencias, no importa
si eres joven, viej@, hombre, mujer,
jubilad@, etc. todos reciben por igual, “full democracia”.
Este comportamiento colectivo se da en el marco de la celebración
de unas festividades religiosas y paganas en donde la gente vanagloria el mucho
comer y el gastar. Curiosamente, lo “más
rico” es lo más caro, pero eso no importa, ya que para eso están los ahorros. Es
un momento en el que convergen los gustos, ya que todos, más o menos vamos a
comer “más de los mismo” lo que creo yo fomenta la rebatiña, ante la
posibilidad de que se acaben las delicias y ahí si nos quedamos “mirando un
chispero”.
Carmen Quintero Russo
Diciembre, 2012
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