martes, 25 de enero de 2011

Cuando las Cosas Buenas se Van, Nunca Más Regresan


"Entre los particulares la locura es poco frecuente, entre los grupos, partidos, pueblos y épocas, la regla." Federico Nietzsche

Las cosas de la vida a veces nos invitan a reflexionar sobre una frase común, que si bien no siempre se aprecia, tiene mucho de verdad y es aquella que dice “todo tiempo pasado fue mejor”. La historia de los pueblos ha sido escrita muchas veces como una epopeya repleta de héroes que cumplen su destino manifiesto dejándonos un rosario de grandes glorias. Al lector le queda la imagen de un progreso avasallador que lleva a la sociedad a pasar a saltos “de la mula al jet”. Pero explorando los espacios del recuerdo de hace bastante tiempo, pero no tanto para ser historia, los eventos que se han dado en la sociedad en sus diferentes momentos y con diferentes actores me han dejado la imagen de una montaña rusa bastante destartalada, de donde más de cuatro se han venido abajo.

Nuestra historia está llena de sobresaltos, de golpes de estado, de presidentes inútiles, de políticos desgreñados y de partidos más tribales que políticos. En más de una ocasión las elecciones se convertían en berrinches callejeros azuzados por varilleros famosos y/o desalmados “pié de guerra”. Igualmente también encontramos individuos preclaros y honestos que buscaban el bien común, el progreso o el desarrollo socioeconómico como se le dice en un lenguaje moderno. ¡Estos fueron los pocos!

Una de las cosas que no nos ha favorecido es la falta de memoria histórica entre la población; eventos importantes como la Huelga Inquilinaria de 1925, los Tratados del Canal y sus consecuencias, la Gesta Patrióticas del 9 de enero de 1964, son ignorados por muchos con la escusa inaceptable que para esa época no habían nacido. Por eso no es de sorprender que para esos, la vida sea un eterno presente, sin solución de continuidad. ¡Quizás por eso la conformidad!

Casi nadie lo recuerda, pero hace unos 55 años atrás aquí se podía andar en bus, no existían los “diablos rojos” ni los pavos. El chofer era amable, saludaba y miraba a los pasajeros; los buses eran lugares de encuentro de amigos y conocidos, no de maleantes que esperan la oportunidad de desvalijar a los pasajeros.

No hace mucho tiempo un teléfono residencial costaba $12.00 sin límite de llamadas, hoy día el costo del teléfono se ha duplicado, razón por lo cual muchas familias solo tienen celular. La electricidad no era barata, pero tampoco era cara. Hace “trintaipico” años atrás se empezaron a construir embalses e hidroeléctricas dizque para “darle al pueblo energía barata, eso nunca sucedió y muy por el contrario con la privatización de las nacionalizaciones hoy se “paga casi el triple por la electricidad, y se tiene que aguantar apagones y subidas de voltaje. Cuando esto último sucede se te dañan los artefactos eléctricos; cuando reclamas tranquilamente te dicen que eso no paso y ya se vuelto costumbre aquello que dice: “la casa pierde y se ríe”

Lo del agua es una historia de violencia y terror: violencia porque se viola la estabilidad de la vida cotidiana, forzando a los ciudadanos a rehacer su vida para tener tiempo y energía para andar “de aquí para allá” con el balde al hombro mendigando agua a los camiones cisternas. Terror por que hay que acostarse a dormir con la angustia de no saber con qué se va uno a bañar para ir a trabajar, con qué se va a cocinar, a fregar los platos, etcétera, etcétera….. y se me olvidaba la incertidumbre que genera el no saber que si habrá plata para comprar en agua embotellada y además para pagar la cuenta del agua sucia que no puedes usar.

¿Algún día recuperaremos las cosas buenas que teníamos, aunque no fueran muchas? ¡No! Echar para atrás es muy difícil por los intereses creados, porque en estos casos no hay que olvidar que “el mal de muchos es el bien de otros”.



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lunes, 10 de enero de 2011

Sorpresas que te da la Vida


El Año Viejo terminó mal y el nuevo va por el mismo camino. Lo que nos ha sucedido y va a suceder es el resultado de una especie de cataclismo del buen criterio para escoger. Según algunos se evitó lo malo pero se escogió lo peor. No hay respuestas a las demandas o necesidades de la sociedad, las críticas se ven como calumnias o bochinches, las protestas como maleanterías o manifestaciones de masas licorizadas (como si fuera fácil encauzar a estos en cruzadas reivindicativas)

En un parpadeo hemos dejado de ser una sociedad, si bien del tercer mundo, con una buena oferta de servicios públicos, salvo el transporte público. Esta desgracia que nos aqueja y persigue se gesta con una ocurrencia por allá en los años 70. El atomizar un servicio público, dándole “cada chofer su bus”, en vez de contribuir a una mejor distribución del ingreso creó una abominación fuera de control en donde unos dizque choferes tienen todos los buses.

Si algo era bueno en Panamá era el agua, potable como en el primer mundo, valor agregado que nos dejó la construcción del Canal. Mucho había durado, considerando la tradición criolla de no dar mantenimiento sino esperar que se dañe/rompa. Es vergonzoso e inaceptable este atentado contra la salud pública, en el que sin el menor asomo de remordimiento se le quita a la población una fuente de salud y se dé un paso en firme hacia una nueva forma de opresión que limita el acceso al agua potable a solo aquellos que pueden comprarla y nos condena a sufrir las enfermedades transmitidas por el agua tales como el cólera, fiebre tifoidea, poliomielitis, meningitis y hepatitis A y E.

Paradójicamente, en el periódico se anuncia que la situación se normalizó con la limpieza de los “sedimentadores”, pero al rato nuevamente te cortan el suministro de agua. Esta situación viene desde las inundaciones de diciembre pasado; todo el desastre se atribuye a las lluvias que nos azotaron, como si esto fuera una novedad en Panamá, donde habitualmente llueve más de 9 meses al año. El pobre ciudadano es un interlocutor sordo, mudo y ciego que apenas puede discernir qué es real y qué invención, llegando incluso a desconfiar de lo que entiende, pues no sabe qué es burla y qué no lo es.

Recuerdo cuando la recolección de la basura era gratuita y la recogían todos los días; hoy se paga mucho dinero y NO la recogen. La ciudad y peor sus alrededores, está llena de basura nauseabunda, llena de moscas y alimañas. Nuevamente se le cambió el nombre a la organización encargada de esta labor, como si esto como por arte de magia resolviera el problema. Se gastó plata en pintar los pocos camiones y se les dio a sus empleados nuevos sweaters de color verde, pero no se resolvió el problema de fondo que es la falta de recursos y posiblemente la mala administración.
Estamos dando una vuelta en redondo, volviendo a las condiciones que prevalecían en el Panamá decimonónico antes de la construcción del Canal, donde la ausencia de políticas públicas por parte del entonces gobierno colombiano, propiciaba el abandono de la educación, la salud, la falta de acueducto/alcantarillado y la pavimentación de las calles. Ciento y pico de años después parece que nuestra vida y las costumbres tendrán que parecerse a esas, aunque en vez de comprar la lata de agua a real, tenemos que comprar la botella a dólar.

10 de enero, 2011

domingo, 9 de enero de 2011

La Importancia Sociológica de la Comida


Pasadas las fiestas de fin de año vale una reflexión acerca de la importancia sociológica de la comida. Por lo general esto pasa desapercibido ya que se asume que “comer es comer” y no vamos a complicarlo más allá de los precios ascendentes de la canasta básica que según los que “les conviene” cada día bajan más. Pero la realidad es otra en nuestros mundos sociales, donde nos movemos entre laberintos de símbolos, significados y realidades deseadas y no deseadas. ¿Qué comimos en la cena de Navidad y en la de Año Nuevo? ¿Cuál es su significado sociológico?

Lo que parece que siempre es así, realmente no lo es y ha cambiado mucho. Los grandes potajes de principios del siglo XX (según mi informante, una experta ama de casa y devota esposa, quién jamás pensó en irse para la calle a trabajar en otra cosa) hoy día nadie sabe de eso ni les interesa, pues eso no se compra en el “súper” y nadie sabe cómo hacerlo.

La comida siempre ha tenido un significado más allá de la apariencia y de los gustos de quienes se la comen. Es relevante sociológicamente ya que es parte de la cultura y por lo tanto íntimamente ligada a usos, costumbres, religión, etnicidad y estatus. Es la cultura la que va a definir qué comemos, cómo, cuándo y dónde. Pero también, lo que comemos refleja nuestro estatus social, donde comemos nuestra capacidad adquisitiva y con quién comemos nuestros lazos familiares o afectivos.

Las comidas de Navidad y Año Nuevo relejan toda una gama de rituales, representaciones sociales de tradiciones, estilos de vida y estatus social. Para unos el pavo y el jamón son las viandas que definen el carácter de esta gran comilona y su preparación y presentación son indicadores del buen gusto según clase social. Hago esta salvedad ya que lo bueno, lo bonito y lo feo son apreciaciones subjetivas de la realidad según las diversas subculturas y clases sociales que existen en la sociedad. Por ejemplo para algunos la preparación del jamón navideño es todo un largo y minucioso ritual: primero se deshiela, se sancocha, se le quita el “cuero” y se elimina la grasa que lo recubre, luego se “baña” en jugo de piña, se recubre con azúcar morena, mermelada de frutas, clavito olor, rodajas de piña y cerezas y luego se mete al horno. Resultado algo indescriptiblemente delicioso (juicio de valor). En cambio otros, simplemente lo sancochan, luego lo cortan en rodajas y lo fríen; otros así mismo congelado, lo cortan con una sierra y se fríe.

Antes no era así, y el pavo vino a quitarle el puesto a la gallina rellena y el jamón al pernil. Esto es el resultado inevitable de procesos de asimilación de usos y costumbres foráneos al entrar en contacto con otras poblaciones. En nuestro caso esto releja la constante presencia de “otros” en nuestra sociedad, específicamente la presencia estadounidense en la Zona del Canal y la masiva llegada de afroantillanos con la construcción del Canal. Así, los inicios del siglo XX para la ciudad de Panamá, fue un momento histórico de muchos cambios en la vida cotidiana de sus habitantes. Los estilos de vida de esta taciturna ciudad empiezan a ser “desafiados” por lo nuevo y diferente de los recién llegados.

Además, a estas grandes comilonas de fin de año se agregan tamales, arroz con guandú, ensalada y no olvidemos el dulce de frutas, el “run cake” o panettone, un clásico italiano que se ha puesto de moda en los últimos años. Para Año Nuevo, últimamente se ha introducido el pescado al horno, que en otras culturas significa buena suerte y prosperidad. Así, cada quién va preparar estos alimentos según sus recetas favoritas y el presupuesto disponible y no hay que olvidar que a través del comer también nos estratificamos según clase y grupos de estatus. A parte de todo lo subjetivo de esta acción (gustos y escogencias) está la parte de la cultura material: la vajilla, manteles, cubiertos, vasos y copas y adornos de la mesa. En cuanto a las bebidas, por lo general está lo de siempre: cerveza, rones, whisky, vodka, etc. y lo especial del momento: vinos, sangría, sidra y champaña y el Saril que a Panamá fue traído por los antillanos que vinieron a trabajar en la construcción del Canal.

En términos general todos hacemos nuestro mejor esfuerzo económico para surtir la mesa con aquello que consideramos lo mejor para estas celebraciones. En cierta medida lo que comes y tomas y lo que brindas a los amigos es un símbolo de estatus que da prestigio, aparte que es “mala suerte” una mesa escuálida y pobre de comidas y bebidas. Una comida siempre es más que una comida. Puede evocar tradiciones familiares o reflejar nuestra herencia étnica o circunstancias económicas. Aquellas familias que tienen siempre mucho que comer aprecian esta la comida en forma diferente de aquellos que no tienen.

HIPÓTESIS DE UN ASESINATO

Retomo el caso Remón Betty Brannan Jaén. laprensadc@aol.com

PANAMÁ, R.P. –El ex coronel Roberto Díaz Herrera publicó un artículo el domingo pasado, en El Siglo, que ofrece una teoría nueva del asesinato, en 1955, del presidente José Antonio Remón Cantera, y me reta a que la investigue, “si de verdad tenemos reporteros criminólogos”.

Rechazo el reto. En primer lugar, no pretendo ser “reportera criminóloga”. Lo que he venido haciendo, desde 2004, es investigar lo que dicen los documentos estadounidenses de la época y tratar de obligar que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Departamento de Estado desclasifiquen todos sus documentos sobre el tema.

Hasta ahora, han rehusado hacerlo y creo que tendré que ponerles un pleito; su renuencia a divulgar los documentos es indicio fuertísimo de complicidad estadounidense en el delito. En 2007 publiqué documentos que tienden a sustentar la tesis de que la CIA y la mafia colaboraron en asesinar a Remón –tesis de la novela Lobos al amanecer, de Gloria Guardia–, pero no he encontrado prueba definitiva todavía.

La otra razón para rechazar el reto de Díaz Herrera es que su tesis carece de información específica que amerite tomarla en serio. Sin una sola migaja de corroboración, él alega que un amigo (¿cómo se llama?) ha publicado un libro (¿cómo se titula?) en que señala que un peruano de apellido Colina (¿por qué no da el nombre completo?) asesinó a Remón por “agradecimiento” a Rubén Miró (¿qué clase de “agradecimiento” motiva el asesinato de un presidente?) y luego lo confesó (si lo confesó, ¿por qué tanto secreto ahora?).

Por el momento, esta tesis del asesino peruano tiene la misma credibilidad que le daría a la tesis de que el asesino era marciano, que, de paso, es casi la única teoría del crimen que no se ha planteado. Al menos ocho hipótesis han circulado en estas cinco décadas (Ver mis reportajes del 2 y 3 enero de 2005, y del 2 enero de 2007), a saber:

1. Que lo mataron los gringos, con o sin complicidad de la mafia.

2. Que fueron los comunistas u otros enemigos internacionales.

3. Que fue Miró, quien confesó y luego se retractó.

4. Que fueron los arnulfistas u otros enemigos de la política criolla.

5. Que fueron los narcotraficantes, ya sea por temor a que Remón les parara el jugoso negocio (en que él o sus allegados posiblemente estaban involucrados) o como venganza por una trampa que él les hizo, y que el sicario fue un tal Martin Irving Lipstein.

6. Que en Nicaragua, un tal Jiménez Ballar confesó culpabilidad y Anastasio Tacho Somoza lo metió preso, mientras los norteamericanos se hacían de la vista gorda.

7. Que lo mataron Adolfo Hans y William Campbell, norteamericanos, pero el panameño que los acusó se retracto después.

8. Que lo mató un grupo subversivo que planeaba, también, ponerle explosivos al Canal, según acusó un norteamericano conocido por inventar historias extrañas.

Últimamente he estado fijándome en la tesis de que fueron los narcotraficantes. Encontré un artículo publicado el 14 de agosto de 1955, en la revista cubana Bohemia, titulado “Los Narcóticos: Móvil del Asesinato de Remón”. Ese artículo le llamó mucho la atención a los diplomáticos norteamericanos, pero no encontré mucho detalle nuevo allí.

Como han hecho otros, el autor asegura que Lipstein asesinó a Remón, porque el congresista republicano Harold Velde había venido a Panamá por instrucciones explícitas del presidente Dwight Eisenhower a exigir que Remón pusiera alto al narcotráfico, como precondición a un tratado nuevo con Washington que estaba por firmarse.

Según esta tesis, Remón aceptó hacerlo y ello “decidió su destino”, pero una parte esencial del “doble–complot” era inculpar injustamente al vice presidente José Ramón Guizado, aprovechándose del plan “charlatanesco” que Miró, ingenuamente, puso en el camino de los hampones internacionales.

Continuaré la investigación.