martes, 3 de agosto de 2010

Cuando las Calles Rugen... no Todos Gritan

Cuando la gente sale a la calle a protestar por lo general no van solos. Las protestas son parte de movimientos sociales que surgen al calor de discrepancias u oposiciones a políticas o reformas que afecten sus intereses particulares o los de la comunidad en general. Las protestas tienen un tinte político aun cuando se nieguen y son grandemente ideológicas. Los participantes se vanaglorian de su verdad, la que presentan como “la gran verdad”, lo que por su puesto no todo el mundo comparte, ya que cómo dice un sabio dicho popular, “las cosas se ven, dependiendo del cristal con qué se miren”. Se trata de comportamientos colectivos que dan origen a las movilizaciones sociales y que obligan al Gobierno a generar una respuesta para evitar que se desemboque en ingobernabilidad. En otras palabras, que se manifieste la incapacidad del gobierno para el control de la estabilidad política, social e ideológica, lo que es necesario para el mantenimiento de la institucionalidad.

La historia universal está llena de ejemplos de movimientos sociales que han triunfado para bien o para mal, ya sea imponiendo sus ideas o generando otras luchas que le pone fin al status quo. Otros no han corrido igual suerte, por muchas razones entre las que sobresale la falta de legitimidad, de organización, estrategias inalcanzables y tácticas equivocadas. Por otra parte, cabe destacar que estos movimientos “tienen vida propia” ya que se desarrollan en entornos ya afectados en sí mismo por la problemática del momento y por la acción de la protesta; igualmente, los mismos participantes pueden optar por quedarse o separarse, dependiendo de cómo se ven afectados y cómo interpretan las posibilidades de éxito. Las diferentes organizaciones dentro del movimiento actúan en respuesta a las demandas/ situaciones particulares del entorno y nuevas organizaciones se suman según el éxito que tengan las innovaciones tácticas que se pongan en juego.

Los movimientos sociales crean espacios para la acción, donde surgen tipos de comportamientos que se difunde entre los participantes, donde unas acciones afectan otras acciones. Se desarrollan en el tiempo y en el espacio y su permanencia depende del logro de sus objetivos. De no lograrse las metas propuestas o termina ahí disolviéndose o da lugar a otras formas de organización.

EL USO DE CELULAR EN SITIOS PUBLICOS

El uso del celular en sitios públicos parece el típico “dialogo de sordos” en donde una persona habla, pero no con las personas a su alrededor, sino con un interlocutor invisible para la audiencia inmediata. Dichas conversaciones van de “lo sublime a lo ridículo” al parecer del espectador, quien por las circunstancias se ve forzado a compartir los detalles de la “vida ajena”. Ante situaciones como esta, cada día más frecuentes en pasillos, elevadores, almacenes, cines, en fin en todo sitio público nos preguntamos ¿qué hace posible que sé de esta intimidad entre extraños? ¿Por qué individuos habitualmente discretos, cuando hablan por celular no evitan el revelar las intimidades de su vida? Esto es en gran medida el resultado del cambio en las relaciones sociales que ha introducido el teléfono celular, que nos permite el acceso a la intimidad en sitios públicos propiciando, a veces inadvertidamente, la participación de “otros” en nuestra vida privada.

El celular favorece la sensación de escudo protector, de manera tal que cuando se usa en público se tiende a ignorar el entorno, haciendo sentir al que habla como si estuviera solo, aun cuando esté rodeado de gente. Este efecto protector del celular nos permite escondernos dentro de nosotros mismos, haciéndonos inaccesibles a los otros sin que existan barreras físicas que obstaculicen la percepción. Este ofrece a los individuos la oportunidad de evitar la sociedad, aunque sea temporalmente. Por medio del celular nos aislamos de aquellos que se encuentran físicamente cerca y nos transportamos a otros lugares, rompiendo la supuesta relación que se da en los lugares públicos, donde el individuo y la sociedad se encuentran.

En presencia de extraños, se habla por teléfono con personas distantes. Los que se encuentran alrededor pueden escuchar parte de la conversación, ya sea de cosas triviales o íntimas, tales como detalles de la vida privada del interlocutor. La sensación de escudo protector le permite al que habla por celular “esconderse”, hacerse invisible e inaccesible y de manera inconsciente invita a “los otros” a participar en su esfera privada. Por su parte la forzada audiencia hace ver que no presta atención a la conversación, dándole la impresión al que habla de que está frente a una masa de individuos ausentes.

El uso del celular en sitios públicos hace posible la intimidad entre extraños a través de un proceso doble: por una parte, funcionando como un escudo, limitando la accesibilidad y la comunicación, al igual que lo haría un libro o un periódico, pero a diferencia de estos últimos, en donde el lector no comenta en voz alta su lectura, la conversación telefónica si se escucha. Si bien el que habla por teléfono en cierta medida no está presente en el lugar público, es parte de una relación cuya contraparte también elude al público.

Por otra parte, el que habla por celular ve a los extraños como tales, distantes e inaccesibles, de manera que siente que no tiene nada que perder al compartir con ellos sus secretos. Es muy probable que nunca mas se vuelvan a ver y si se da el caso, es poco probable que se acuerden de la conversación. En síntesis, la mayoría de las conversaciones le parecen triviales al que las escucha. El celular se usa con frecuencia como instrumento en rituales sociales de pertenencia tratando de crear comunidades al mantener el contacto con grupos primarios.

Usos y Abusos del “Fanfarroneo”, Contexto y Ubicuidad

Dentro del marco de la literatura sociológica se define el “fanfarroneo” como un fenómeno social digno de estudio, caracterizado por su ubicuidad, que realiza diversas funciones en las relaciones interpersonales. Es un tipo de conversación en donde el interlocutor deliberadamente trata de despistar al que escucha, falsear, exagerar o tergiversar lo que dice. Es el intento de cambiar, afectar o controlar las impresiones de otros en cuanto al YO y la realidad, apoyándose en estrategias que llevan a engaño, tergiversación de eventos y realce de situaciones posibles pero improbables

Esta reflexión nos viene bien en estos tiempos en donde se observa un creciente uso de esta práctica, lamentablemente para lidiar con cosas muy serias, pero útil para alcanzar propósitos que de otra manera pasarían al basurero de la historia. Podemos observar en los famosos “diálogos de sordos” que cuando las discusiones deben pasar a las propuestas concretas, a salvar las diferencias creando nuevas coyunturas, se estimulan los fanfarroneos entre aquellos interlocutores que carecen conocimientos de hechos relevantes al asunto o de argumentos con sentido e interés. Se da inicio entonces a una vocinglería estridente (con o sin megáfono) en donde se usan diferentes técnicas de fanfarroneo, que van desde las mentiras, la distorsión de eventos o palabras, malas interpretaciones de todo lo que hagan los demás y las tremebundas amenazas de irse para siempre o gritar hasta el cansancio. Todo esto con el interés de crear impresiones negativas de los otros e imágenes heroicas de sí mismos.

Cabe resaltar que esta práctica le permite a los interesados conocer quiénes son sus interlocutores o hasta donde pueden llegar, ya que en este tipo de conversación los participantes expresan pensamientos, actitudes y exploran qué se siente al decir esas cosas y cómo los otros responden al oírlas. El fanfarroneo ofrece medios a través de los cuales la gente indirectamente expresas sus sentimientos acerca de otros. Provee técnicas informales (mentir, inventar historias, crear bochinches, desprestigiar, hacer burlas, amenazar) para expresar sentimientos que de otra manera sería embarazoso manifestar.

El fanfarrón es un individuo que a sabiendas exagera apreciaciones de sí mismo y la realidad con la intención de crear una imagen distorsionada según su conveniencia. No le interesan los hechos, sino el imponer sus interpretaciones, ya que de eso depende su continuidad en el tiempo tal y como quiere que lo “vean”. El fanfarroneo es una estrategia de negociación, un mecanismo de socialización selectivo que se aprende y se cultiva. Es un tipo de sociabilidad que utilizan los que quieren aparecer interesantes y capitalizar de las complejidades de la interacción social. Buscan presentarse como personas más competentes de lo que realmente son resolviendo desafíos imaginarios y creando imágenes heroicas de si mismos.

lunes, 2 de agosto de 2010

De las Desagradables Vivencias en los Laberintos del Tráfico

En la sociedad moderna gústenos o no debemos transportarnos por medios motorizados para ir a cualquier parte, pero sobre todo para cumplir con nuestras obligaciones de trabajo. En el caso de la ciudad de Panamá, la ausencia de racionalidad en el transporte urbano ha convertido este viaje cotidiano, en una pesadilla agobiante. En esto a algunos les va peor que a otros. A los usuarios de buses les va particularmente mal, ya que además de los consabidos “tranques” tienen que soportar toda clase de impertinencias, malos tratos y maleanterías que inclusive ponen su vida en peligro.

¿Qué significa tanto para el conductor y el pasajero esas horas perdidas en el laberinto del tráfico cotidiano? ¿Qué significa para ellos esta espera que limita su acción en el marco de la cotidianeidad? ¿En qué medida este “encerramiento” se constituye una experiencia agobiante y contradice nuestra visión del tiempo asociado al movimiento, que en este caso se traduce en la imposibilidad de satisfacer las necesidades subjetivas de avanzar? Los “tranques” a los que nos enfrentamos diariamente en nuestro obligado ir y venir, implican la disminución del ritmo de movimiento como consecuencia de un factor externo. Esto tiene implicaciones en nuestras percepciones de la realidad, ya que nuestra cultura hace especial énfasis “en el transcurrir del tiempo”.

En esta situación la gente en el plano temporal se angustia ante el limitante existencial que le impone la realidad a su necesidad de continuar, de avanzar en el plano subjetivo. Es decir contradice una definición sociocultural que entrelaza el tiempo con el movimiento en el plano personal. En este caso, tanto el usuario del “diablo rojo” como los conductores de tanto de buses como autos, son forzados a permanecer encerrados en los vehículos contra su voluntad, sin más nada que hacer que “ver” el transcurrir del tiempo perdido.

Este es un tiempo sin experiencias, donde solo hay que esperar, lo que genera hastío, incertidumbre y desasosiego. Esto se agrava al tener que compartir el limitado espacio con una multitud de caracteres algunos discordantes que generan hostilidad y desagrado. No existe entre ellos consenso en compartir la “desgracia” a través de la solidaridad, sino más bien surge un individualismo exacerbado en donde cada quién “busca lo suyo” sin piedad. Algunos escapan del tedio a través del sueño o la música, otros manifiestan su frustración con hostilidad y falta de consideración hacia los más débiles y otros no pierden la oportunidad de llevarse algo de lo ajeno en el aquel apretujamiento.

Esta es una vivencia desagradable compartida por muchos en un mismo momento, pero que se manifiesta distintamente. El agobio expresado tiene diferentes niveles de negatividad: empujadera, insultos, lisuras, vulgaridades, peleas y robos. Dentro estos grupos, hay quienes muy conscientemente sacan ventaja de este panorama, aprovechando que los pasajeros están aprisionados dentro del bus para robarles, igual que al conductor y luego bajarse y darse a la fuga.