martes, 8 de enero de 2013


La Visita al “Super” de Fin de Año

La visita forzada a los supermercados durante las fiestas de fin de año, Navidad y Año Nuevo es uno de esos rituales agridulces que llevamos a cabo una y otra vez a lo largo de nuestra vida.  En principio nos gusta ir de compras, solo con esa idea uno se saborea imaginándose el pavo, el jamón, dulce de frutas,  las galletas, el ron ponche, los tamales, las frutas y demás viandas tradicionalmente definidas como las propias del momento. Con esto en mente iniciamos el viaje al “super” con aquella alegría insulsa que nos dan las cosas pequeñas de la vida.

Pero este sortilegio no dura mucho, ya que cuando se llega al supermercado hay que enfrentarse con una multitud de extraños que en estado de frenesí recorren el espacio cargando sus viandas a velocidad sin Dios ni ley.  Inmediatamente llegamos entramos en una competencia desalmada por las carretillas, ya que las pocas que quedan se convierten en objeto de “tira y hala”, cruce de malas miradas y uno que otro empujón. No deja de sorprender la hostilidad frenética de la gente, ya que habitualmente el supermercado es un lugar de transitoriedad, donde uno se encuentra con extraños sin interactuar con ellos.

Por lo general la gente manifiesta lo que Simmel llama una actitud de hastío”, un comportamiento indiferente, impersonal de auto-preservación, apatía, anonimato, desconfianza y distanciamiento con los otros. El supermercado es un espacio compartido con extraños, donde las relaciones sociales son espontáneas y fragmentadas. Como diría Goffman un comportamiento distante que él denomina “desatención civil” a través del cual demostramos que si bien reconocemos la presencia del “otro” no queremos entablar interacción alguna con ellos.

Pero parece que al congregarse allí una mayor cantidad de personas con un fin definido, las compras de fin de año,  el espacio circunstancial se personaliza por la competencia por adquirir ciertos productos. Hay espacios muy específicos en donde la hostilidad es más abierta: venta de pavos y jamones, tamales, roscas de pan y frutas.  Allí la gente se arremolina y busca “pasarse” a toda costa empujando a los demás.  El tránsito por los pasillos es especialmente “violento” ya que nadie “hace alto” con la carretilla, sino más bien siguen empujando a velocidad y “si te vi, no me acuerdo”. El “pedir permiso” deja de ser una cortesía y se convierte en un grito de guerra, el simple preámbulo de un gran empujón.

¡Qué decir del pasillo de los adornos y guirnaldas, para la puerta, el arbolito, la mesa, el nacimiento….! Hay de todos los colores y tamaños, la gente busca, rebusca y revuelve tratando de combinar una cosa con la otra aun cuando tenga que arrebatárselo al otro cándido cliente. Se me ocurre pensar que en momentos como este se diluye las diferencias, no importa si eres joven, viej@, hombre, mujer,  jubilad@, etc. todos reciben por igual, “full democracia”.

Este comportamiento colectivo se da en el marco de la celebración de unas festividades religiosas y paganas en donde la gente vanagloria el mucho comer y el gastar.  Curiosamente, lo “más rico” es lo más caro, pero eso no importa, ya que para eso están los ahorros. Es un momento en el que convergen los gustos, ya que todos, más o menos vamos a comer “más de los mismo” lo que creo yo fomenta la rebatiña, ante la posibilidad de que se acaben las delicias y ahí si nos quedamos “mirando un chispero”.

Carmen Quintero Russo

Diciembre, 2012