domingo, 13 de marzo de 2011

El Carnaval de Oriente Llegó………


Nuevamente el Carnaval y no puedo evitar la tentación de hacer algunos comentarios. Como he dicho en otras ocasiones, es la fiesta de lo grotesco, lo que aquí se manifiesta en todo su rigor. La gente emigra al Interior del país con una sola cosa en mente: a divertirse hasta la muerte, lo que desgraciadamente algunos logran.
Pronto empiezan los grandes ridículos, donde la gente se exhibe en su peor forma: borrachos y desdibujados. Ayer tuve el mal momento de ver en la TV a una pobre vieja desdentada, que totalmente licorizada se contoneaba al son de una música salvaje hasta caer “patas arriba”. Después vinieron otras y más del mismo espectáculo, que aparentemente divertía a la audiencia. Me hice la misma pregunta que otros años, ¿qué le pasa a la gente? ¿Será que creen que este momento queda oculto para siempre? O que ¿siempre lo verá la misma gente que hoy aplaude con frenesí? Bueno, quizás, pero a lo mejor no les importa y les parece que estos son sus quince minutos de fama.

Esta fiesta tiene una enorme importancia social en la idiosincrasia panameña; es un medio de expresión entre las reinas, princesas, comparsas, carros alegóricos, algunas originales y de gran valor creativo, otras que de mal gusto y de poco valor artístico. En comparación con los carnavales en otras partes del mundo, el carnaval criollo adolece de un verdadero desfile; más bien se trata de un gentío que va sin rumbo y se aglomera alrededor de una tarima a ver a los cantantes cantar y a los presentadores gritar impertinencias. Muy pocos bailan y muchos gritan dizque la letra del reggae. Los disfraces, las comparsas vestidas y alborotadas, bailando al compás de sus murgas, el confeti y las serpentinas son del recuerdo……

Parece que la atracción más valiosa es la participación en los “culecos” o mojadera, donde una masa errática salta y brinca gritando ¡aguaaa! y desde un carro cisterna le echan agua con manguera. Este evento dura varias horas, en las cuales los participantes son poseídos por un frenesí aupado por los gritos de un dizque animador, que organiza al furor de los acontecimientos, concursos de “meneos” y cualquier otro baile desaforado.

Otro evento muy preciado por la concurrencia es una competencia a ver quien aguanta más el que lo encierren dentro una urna de vidrio y le echen encima toda clase de insectos y alimañas, lo cual debe ser de lo más repugnante. Además, deben comerse un poco de cosas inimaginables a la vista, al tacto y a los sabores. Pero los participantes hacen su mejor esfuerzo tolerando estas ignominias y uno(a) sale vencedor.

En este tipo de fiestas colectivas y públicas, el individuo tiende a borrarse detrás de lo confuso, se pierde entre los elementos de la totalidad comunitaria, contradiciendo la moral del deber ser impulsado por el deseo de vivir el presente, lo colectivo y lo imaginario. Dentro del jolgorio surge una nueva sociabilidad en donde los actores participantes desempeñan papeles con diferentes máscaras, generando una nueva teatralidad cotidiana.

martes, 1 de marzo de 2011

Los Nuevos Guettos


Entre todos los cambios habidos y por haber de los últimos años, llama la atención, el encerramiento, como estilo de vida, que ha surgido como respuesta a la creciente criminalidad e inseguridad en las calles. Las nuevas barriadas distribuyen las unidades residenciales según diversos patrones o modelos ofreciendo además dentro del mismo espacio parques, jardines y áreas sociales, en fin una comunidad. Estos proyectos distribuyen espacialmente los tipos de interacciones socialmente aceptados según las áreas dispuestas. Se trata de una nueva forma de definir la relación entre lo público y lo privado a partir de la convivencia en espacios cerrados donde el acceso es limitado.

Este tipo de asentamiento poblacional va a experimentar un notable crecimiento y aceptación por parte de la población urbana en la segunda mitad de siglo XX. Además, en el caso de Panamá, con la expansión del turismo como importante rubro económico y el consecuente crecimiento de la infraestructura hotelera tanto en la ciudad como en el campo, vemos cómo se van transformando los pueblos.

Este cambio conlleva el desplazamiento hacia las áreas rurales tanto de forasteros nacionales y extranjeros como también de los altos niveles de criminalidad que plagan la ciudad. Hoy día la criminalidad florece en los pueblos, bajo el emparo de las fuertes relaciones primarias que tienden a encubrir con silencio cómplice las malas acciones de los conocidos y/o poderosos, ya sea por temor o indiferencia. Se da una ruptura en la seguridad que ofrece el control social personal y directo, lo que ya no es aplicable con la afluencia de forasteros y la complejización de las relaciones sociales, pero por otra parte, quizás por la velocidad del cambio, no se llega a aplicar el control social derivado de las relaciones secundarias más propio de la ciudad.

Las barriadas en las ciudades de Panamá y Colón se desarrollan hacia los años 70 dentro del marco del concepto de la “vivienda de interés social” y se usaron para desalojar casas condenadas, eliminar barriadas de emergencia e ir perfilando una nueva estrategia de desarrollo urbano. Posteriormente, la empresa privada incursiona en este proyecto ampliando el horizonte a sectores de clase media baja, clase media y en los últimos años a la clase alta.

Las barriadas han venido a sustituir el espacio abierto de la ciudad, por espacios cerrados, ya sea por razón de estatus social o por la amenaza de la criminalidad y la necesidad de seguridad de los habitantes. Tenemos entonces que además de los tradicionales guettos de los tugurios urbanos, donde sus moradores son “encerrados” por las murallas del miedo del resto de la sociedad hacia ellos, hoy tenemos otros guettos, los voluntarios, donde sus habitantes se encierran con murallas reales y guardias de seguridad para aislarse de los otros. Se trata de manifestaciones objetivadas del miedo en los espacios residenciales donde confluyen los imaginarios sociales, la realidad y el orden social.

Estas nuevas barriadas amuralladas, no recrean las relaciones primarias del vecindario, donde todos se conocían y se protegían los unos a los otros. Al mudarse a la barriada los residentes no se conocen entre sí. No existen patrones de interacción previos en los que puedan insertarse para diseñar sus modelos de convivencia. Un factor que los define es la igualdad económica, pero esto no garantiza la ausencia de con¬flictos en otras dimensiones de la vida social.En el caso, sobretodo, de las barriadas de bajo costo, sus moradores deben aprender a vivir en espacios limitados, donde la distancia entre las casas es mínima, lo que les obliga a redefinir sus relaciones, usos y costumbres, ya que muchos aspectos de su vida cotidiana dejan de ser privados y pasan al dominio público.

En términos generales, entre los moradores de este nuevo modelo residencial se da un conflicto entre el derecho a la privacidad y los derechos colectivos. La convivencia es amenazada por la hostilidad que genera la falta de respeto, el bochinche, el mal comportamiento de niños y jóvenes, el ruido indiscriminado, y la morosidad en el pago del mantenimiento. Además debemos agregar los problemas que se derivan de la misma construcción de la barriada que los afecta colectivamente y que demandan un nivel de integración entre los moradores para poder lidiar con ellos. Como esto no se da, la lucha por salvaguardar los derechos adquiridos con la compra del bien (la casa) es errática e insuficiente.

La ciudad ha perdido su libertad, se ha convertido en un laberinto lleno de calles sin salida que limitan el acceso a ciertas áreas solo a sus residentes. Hemos perdido el horizonte por el miedo a la gente en ciudades fracasadas.